miércoles, 11 de noviembre de 2015

Cuando las almas se van



El 07 de noviembre de 2003 la UNESCO distinguió a la festividad indígena de Día de Muertos como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por ser una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los grupos indígenas del país.

Seguramente en otros países nos han de ver como bichos raros por hacerles fiestas llenas colores, comida y música a las personas que ya no están, por mofarnos de la muerte, por invocarla, por hablarle y hasta por componerle canciones alegres.

Sin embargo la partida de un ser querido es algo que nos lastima el corazón, que nos hiere el alma y que por mucho que sepamos que es el ciclo de la vida, que a todos nos va a pasar y que es algo natural, cuando estamos cerca de la muerte no la vemos así, no hacemos el mismo festejo que cuando es “Día de muertos”, ni cantamos, ni bailamos, ni nos reímos; de hecho hacemos todo lo contrario.

Para algunas personas el despedirse de un familiar o amigo es algo sumamente difícil, sobre todo si es alguien con el que compartiste tu vida, con el que pasaste hermosos momentos, alguien a quien amaste y a quien no quieres dejar de ver. En lo personal admiro (más no envidio) el carácter y la personalidad de quienes dicen “Murió, porque así es la vida y porque  todos vamos a morir”, ya que  no creo que sea frialdad con la que hablan, más bien son personas que ven las cosas como son, tal y como la ciencia lo explica “somos células que algún día morirán” y no se andan con sentimentalismos ni apegos.

Y aunque sea algo que nos cueste trabajo aceptar, lo tenemos que hacer, una vez que esto sucede, cuando aprendemos a vivir con esa ausencia y dolor nos preguntamos ¿Qué es lo que pasa después? Sí, sabemos que su cuerpo fue incinerado o se está convirtiendo en polvo tres metros bajo tierra, pero ¿Y el alma? ¿Será verdad que sube al cielo, que se convierte en una estrella o que anda entre nosotros viendo que hacemos, acompañándonos o abrazándonos sin poder sentirnos? En la ofrenda les prendemos veladoras para iluminar su camino, la llegada de sus almas hacia nosotros y el regreso a su morada. Pero ¿De dónde vienen?

A los que nos quedamos en la Tierra, nos gusta creer que están en el cielo, que son felices, que duermen sobre las nubes, que nos observan cuando hacemos algo malo y que nos escuchan cada vez que les hablamos. De la misma forma creemos que en el “Día de muertos” sus almas bajaran y como invitados de honor a nuestras casas (que también son suyas), degustarán sus platillos, bebidas o dulces favoritos. 

Cuando ponemos la ofrenda para nuestros difuntos, cuando colocamos su fotografía, es inevitable que recordemos, más que otros días, las últimas palabras que nos dijeron, la última caricia, el último beso que nos dieron o el último momento junto a ellos ¿Pero qué pasa cuando esos últimos instantes no fueron los mejores? Cuando la muerte fue inesperada y estábamos peleados con esa persona, cuando hacía mucho tiempo que no la veíamos o hablábamos y no sabemos por qué. De lo único que puedo estar segura es que si viviéramos esa situación, sería algo que nos dolería más que la muerte misma.


Todos los días vemos o escuchamos la frase “Vive tu día como si fuera el último”, sabemos que eso incluye hacer lo que más queramos y vivir felices, pero lo que en muchas ocasiones se nos olvida es ver y hacer felices a los que nos aman y amamos, sonreírles y estar siempre presentes para ellos, no olvidarlos y verlos más de las veces que nos es posible, es algo que todos podemos hacer y que no nos hará perder tiempo, al contrario, nos hará ganar tranquilidad, paz y tal vez, en un futuro, nos hará sentir menos dolor.



Gaby Romo

jueves, 22 de octubre de 2015

Los olvidados





¿Recuerdan cuándo salieron de la primaria y pensaban que la amistad con sus compañeros de clase sería para siempre,  o cuándo se mudaron de casa y prometieron nunca perder el contacto con sus vecinos, o cuándo al salir de la universidad juraron que harían reuniones mínimo una vez al año porque la amistad que tenían era diferente a las demás, verdadera, que valía más que nada en el mundo y que merecía durar toda la vida?

El “para siempre” ¿es algo que aún no se acaba? Desafortunada o afortunadamente en la mayoría de los casos, esto no sucede, cada vez que entramos a una nueva escuela o conseguimos otro trabajo, nuestros intereses, la forma en la que actuamos, pensamos y hasta en la que vestimos cambia y junto con ello, los amigos.

Ahora, no es como hace algunos años, cuando anotábamos en un papelito, o ya si éramos muy organizados, en una agenda,  los teléfonos de las personas que nos interesaban y que deseábamos algún día llamar o ver, con nuestro puño y letra escribíamos su nombre y datos para localizarlo y si por alguna razón ese papelito o esa agenda se nos perdía u olvidaba en algún lugar, sentíamos que nunca más podríamos volver a hablar o ver a esas personas, ya que no había Internet (o sí había pero no lo usábamos de la forma en que hoy lo hacemos) u otro medio para localizarlas.

Por eso, para solucionar esos eventos desafortunados de la vida, en la actualidad tenemos teléfonos inteligentes que almacenan datos, correos electrónicos, fotos, direcciones y más de las personas que queremos; también tenemos las redes sociales y Google, ahí podemos encontrar lo que sea, ya que todo, hasta lo que no queremos, está en la nube, por lo que nunca más nos volveremos a preocupar por perder un papelito. Digamos que, en ese y otros muchos aspectos, la tecnología, nos ha hecho la vida muy fácil.

Sin embargo, a pesar de las muchas formas que tenemos para acercarnos a nuestros amigos, ex compañeros, conocidos y personas con las que coincidimos en el pasado, no las utilizamos. Me refiero a ¿Han vuelto a ver a esos amigos que prometieron nunca dejar? De las tantas veces que a través de las redes sociales o grupos de Whatsapp se han organizado para hacer una fiesta, una reunión “de generación” o algo similar ¿Alguna se ha llevado a cabo?

La verdad es que nuestra rutina, estilo de vida y tal vez un poco de decidía, nos impiden reservar dos o tres horas para ver o a lo mejor hablar por teléfono con las personas que antes eran nuestros incondicionales y confidentes, con los que pasábamos horas y horas diciendo o haciendo bobadas, jugando, peleando o simplemente buscándole formas a las nubes. Pero ¿Por qué no lo hacemos? Al igual que, seguramente, muchos de ustedes, varios desconocemos la razón de por qué dejamos de buscarnos.


Por supuesto no estoy diciendo que seamos unos solitarios y que andemos vagando por la vida sin que nadie nos eche un lazo, sin amigos ni nadie que nos quiera, NO, sé que muchos de nosotros sí tenemos esa fortuna, tener un amigo o varios desde hace muchos años, pero de esos no estoy hablando, sino de las personas con quienes convivimos, jugamos y hasta quisimos pero que no hemos vuelto a ver.

Hayan sido muchas o pocas, para nosotros esas personas valían la pena, estaban en nuestra vida por alguna razón, algo nos hizo estar cerca de ellas y compartir nuestra infancia, adolescencia o juventud a su lado, tal vez nos juntamos con el bufón del salón pero que para nosotros siempre tuvo un momento de seriedad para escucharnos, o el borracho que no salía de la fiesta pero que tampoco quería ir sin nosotros, o la presumida y alzada que sólo a nosotros nos confesó que tenía graves problemas de autoestima y por eso actuaba así, o el intelectualoide que nunca dudó en pasarnos la tarea o ayudarnos con el trabajo final porque siempre supo que dentro de nosotros, también había una persona inteligente.

Acaso no se preguntan ¿Qué fue de esa amiga con la que todos los niños querían andar? ¿Olerá igual ese amigo que era muy buena onda pero parecía que no usaba desodorante? ¿Habrá crecido un poco la chica inteligente que media 1.40 mts?

Todos nos tenemos a todos como contactos en nuestras redes sociales, pero ¿Algún día nos volveremos a ver?


Gaby Romo


miércoles, 7 de octubre de 2015

El cerebro, un órgano que también puede enfermarse


"El Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) se caracteriza por un patrón conductual de preocupación excesiva y recurrente sobre cualquier cosa o acontecimiento de la vida cotidiana. La persona que padece este trastorno tiene mucha facilidad para preocuparse por muchas cosas y una gran dificultad para controlar estas preocupaciones."



Siempre pensé que los problemas de la mente eran total y completamente controlables, ¡vaya! es tu mente, tu cabeza ¿quién más que uno mismo va a ser capaz de manipularla? Creía que el hecho de necesitar ayuda psicológica o psiquiátrica era para personas o muy desquiciadas o muy débiles, tanto, que no tenían la fuerza ni la inteligencia para decirle que hacer o no a su cerebro.

Hace unos meses entendí que no, que las cosas no son así, que todos (al menos todos los que contamos con un cerebro) estamos expuestos a no poder controlar nuestras acciones y reacciones, a preguntarnos qué es lo que nos está pasando sin tener una clara respuesta, a padecer una enfermedad o un trastorno mental y requerir la ayuda de un profesional.

Imagínate que el simple ruido que hace el aire te asuste, que la normal y cotidiana acción de salir de tu casa te preocupe, que sientas que el corazón se escapa de tu cuerpo cada vez que pasas abajo de puente porque juras que te caerá encima.

Estoy hablando de una excesiva facilidad de sentir miedo, pavor, angustia y hasta terror por cosas, situaciones o actividades que antes eran completamente normales.

Las personas que padecemos TAG vivimos, en contra de nuestra voluntad, en un estado de preocupación y tensión constante habiendo o no alguna causa aparente.

Pero ¿Qué es lo que lo produce? ¿Por qué después de llevar una vida normal por tantos años, ahora hay que vivir con un padecimiento de este tipo, tal vez, toda la vida? Puede ser que la razón sea algún acontecimiento traumático, una enfermedad o nuestra propia personalidad, no lo sé, el hecho es que existe, que aunque las estadísticas se refieran a un 5 % de enfermos al año a nivel mundial, es posible que sean más ¿Cuántas personas no estarán enfermas y no lo saben? ¿Cuántas más no tienen acceso a atención médica? Y ¿Cuántas otras son las que se niegan a padecer algún desequilibrio mental?

Las alertas están ahí, las ganas de no salir de la cama o el llanto injustificado, la irritabilidad constante y, a veces, las ganas de morir NO SON NORMALES, no si se presentan varias veces al día, no si nos sorprendemos haciendo o pensando algo que jamás había ocurrido.

Definitivamente creo que lo más importante es aceptarlo y no juzgar ni a ti mismo, ni a los demás. Ahora entiendo que padecer una enfermedad mental no significa que deban ponerte una camisa de fuerza y llevarte directo al manicomio, no es así, es algo completamente normal. 

Vivimos en un mundo en el que la mayoría de las personas estamos estresadas y presionadas por el trabajo, la familia, la sociedad, el dinero y un sin fin de factores que afectan nuestra salud emocional y mental. 



Recientemente un especialista me dijo que quienes estamos en esta situación, no debemos intentar que las personas que nos rodean entiendan que es lo que nos sucede, ya que, en pocas palabras es un desgaste y perdida de tiempo, porque lo más seguro es que no lo harán, sin embargo, es importante no tomarlo como algo personal, simplemente es difícil que los demás comprendan que frases como "Tranquilízate", "Cálmate", "No pasa nada", "No exageres" no ayudan ni logran el objetivo que ellos buscan, al contrario, llegan a ser molestas y pueden desatar una furia incontrolable.

Créanme, una crisis de ansiedad no es algo que uno provoque, no es un pretexto para gritarle a quienes estén cerca, no ir a trabajar o quedarse encerrado en casa, simplemente sucede y ahí estará, no sabemos por cuanto tiempo, tal vez sean sólo unas cuantas horas pero también pueden durar varios días o hasta meses.

Por fortuna debemos agradecerle a la ciencia que existen los medicamentos, las terapias y los médicos que están para hacer menos difícil la vida de un enfermo mental y de quienes lo rodean, ya que le permiten disfrutarla en vez de sufrirla.





Foto: Katie Joy Crawford