El 07 de noviembre de 2003 la UNESCO distinguió a
la festividad indígena de Día de Muertos como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad
por ser una de las representaciones más relevantes del patrimonio vivo de
México y del mundo, y como una de las expresiones culturales más antiguas y de
mayor fuerza entre los grupos indígenas del país.
Seguramente en otros países nos han de ver como
bichos raros por hacerles fiestas llenas colores, comida y música a las
personas que ya no están, por mofarnos de la muerte, por invocarla, por
hablarle y hasta por componerle canciones alegres.
Sin embargo la partida de un ser querido es algo
que nos lastima el corazón, que nos hiere el alma y que por mucho que sepamos
que es el ciclo de la vida, que a todos nos va a pasar y que es algo natural,
cuando estamos cerca de la muerte no la vemos así, no hacemos el mismo festejo
que cuando es “Día de muertos”, ni cantamos, ni bailamos, ni nos reímos; de
hecho hacemos todo lo contrario.
Para algunas personas el despedirse de un familiar
o amigo es algo sumamente difícil, sobre todo si es alguien con el que
compartiste tu vida, con el que pasaste hermosos momentos, alguien a quien amaste
y a quien no quieres dejar de ver. En lo personal admiro (más no envidio) el
carácter y la personalidad de quienes dicen “Murió, porque así es la vida y porque
todos vamos a morir”, ya que no creo que sea frialdad con la que hablan,
más bien son personas que ven las cosas como son, tal y como la ciencia lo
explica “somos células que algún día morirán” y no se andan con
sentimentalismos ni apegos.
Y aunque sea algo que nos cueste trabajo aceptar, lo
tenemos que hacer, una vez que esto sucede, cuando aprendemos a vivir con esa
ausencia y dolor nos preguntamos ¿Qué es lo que pasa después? Sí, sabemos que
su cuerpo fue incinerado o se está convirtiendo en polvo tres metros bajo
tierra, pero ¿Y el alma? ¿Será verdad que sube al cielo, que se convierte en
una estrella o que anda entre nosotros viendo que hacemos, acompañándonos o
abrazándonos sin poder sentirnos? En la ofrenda les prendemos veladoras para
iluminar su camino, la llegada de sus almas hacia nosotros y el regreso a su
morada. Pero ¿De dónde vienen?
A los que nos quedamos en la Tierra, nos gusta creer
que están en el cielo, que son felices, que duermen sobre las nubes, que nos
observan cuando hacemos algo malo y que nos escuchan cada vez que les hablamos.
De la misma forma creemos que en el “Día de muertos” sus almas bajaran y como
invitados de honor a nuestras casas (que también son suyas), degustarán sus
platillos, bebidas o dulces favoritos.
Cuando ponemos la ofrenda para nuestros difuntos,
cuando colocamos su fotografía, es inevitable que recordemos, más que otros
días, las últimas palabras que nos dijeron, la última caricia, el último beso
que nos dieron o el último momento junto a ellos ¿Pero qué pasa cuando esos
últimos instantes no fueron los mejores? Cuando la muerte fue inesperada y
estábamos peleados con esa persona, cuando hacía mucho tiempo que no la veíamos
o hablábamos y no sabemos por qué. De lo único que puedo estar segura es que si
viviéramos esa situación, sería algo que nos dolería más que la muerte misma.
Todos los días vemos o escuchamos la frase “Vive tu
día como si fuera el último”, sabemos que eso incluye hacer lo que más queramos
y vivir felices, pero lo que en muchas ocasiones se nos olvida es ver y hacer felices
a los que nos aman y amamos, sonreírles y estar siempre presentes para ellos,
no olvidarlos y verlos más de las veces que nos es posible, es algo que todos
podemos hacer y que no nos hará perder tiempo, al contrario, nos hará ganar
tranquilidad, paz y tal vez, en un futuro, nos hará sentir menos dolor.
Gaby Romo