Parece ser una costumbre
incontrolable de los seres humanos el juzgarnos, criticarnos y hasta condenar
nuestras acciones o, incluso, las del resto de las personas, su apariencia y el
mundo que nos rodea y no ver lo que está en nosotros cambiar.
¿Y cómo no hacerlo si es tan
fácil? Es verdaderamente sencillo criticar a quienes no piensan igual que nosotros o como
nosotros quisiéramos, hablar mal del vecino por el tipo de amistades que lo
frecuentan, quejarnos del horrible país y mundo en el que vivimos y, además, echarle
la culpa al gobierno de todo. Pero ¿Por qué deberíamos dejar de hacerlo, qué
nos lo impide?
Lo cierto es que nada, somos
libres de hacer y pensar lo que queramos, sin embargo, el ser personas que
vivimos y convivimos con una sociedad, deberíamos analizar un poco más lo que nos
molesta y antes de creer que es culpa de todo el mundo, pensemos si la solución
podemos darla nosotros o si lo que tanto nos fastidia de los demás, es algo que
nosotros también hacemos.
Es decir, cómo podemos quejarnos…
…De
que no llegamos a tiempo al trabajo o a la escuela por el maldito tráfico… si
somos nosotros los que despertamos treinta minutos o una hora tarde y cuando
salimos hay más tráfico del que habría si hubiéramos salido a la hora que
debíamos.
…De
nuestro empleo o de nuestro sueldo… si no hacemos nada por conseguir algo
mejor, nos encanta no movernos de nuestra zona de confort y seguimos sin
arriesgarnos.
…De
lo mal que hacen los demás sus deberes… sin preguntarnos qué tan bien los
hacemos nosotros ¿Damos los resultados que los demás esperan que demos? ¿Nos
satisface lo que hacemos?
…De
los comerciantes ambulantes que obstruyen salidas y pasos peatonales en muchas
partes del país… si no dejamos de consumir sus productos por más mal hechos que
estén.
…De
que las calles no son seguras y en cualquier momento alguien nos puede asaltar…
si nunca nos atrevemos a denunciar porque nos da flojera perder el tiempo en
una delegación y justificarnos con el típico “Para qué si no servirá de nada”.
…Del
maldito Chapo y toda la bola de narcotraficantes que le hacen tanto daño al
país… si -tal vez- nosotros, nuestros amigos y conocidos, somos algunos más de
todos los consumidores del mundo y lo único que hacemos es fomentar este tipo
de comercio.
…De
que los religiosos creen y ponen su vida en manos de alguien que no existe… si
nos decimos ateos y todo el día nos la pasamos hablando de Dios (sí, de su
inexistencia, pero al fin de cuentas eso es hablar de él).
…De
que algunas personas no van a misa todos los domingos… si aunque nosotros
vayamos no ponemos en práctica lo que escuchamos durante una hora cada domingo.
…De
que nuestros hijos no se portan bien… si la solución para que obedezcan es
comprarles una tableta o cualquier otro dispositivo.
…De
que nuestros hijos nos ignoran y van mal en la escuela… si nunca les dedicamos
tiempo para platicar y saber qué les gusta y qué no, qué desean y qué no.
…De
que nuestros hijos hablan con groserías… si nosotros no lo hacemos de otra
forma.
…De
que nuestros hermanos o padres no nos prestan atención… si nosotros jamás les
preguntamos cómo va su vida, si nunca salimos a tomarnos un café con ellos.
…De
que nuestra pareja no nos dice las suficientes veces cuánto nos ama… si
nosotros sólo esperamos recibir y nos olvidamos de dar.
…De
que la persona con la que compartimos nuestra vida nos maltrata… si no nos
separamos, no nos quejamos de forma legal
y para colmo sentimos que “aún así” lo (o la) amamos.
…De
que no nos gusta nuestro cuerpo, de que nos sentimos gordos o flacos, pero no
hacemos nada por cambiar nuestros hábitos de alimentación o de ejercicio.
Por supuesto habrá situaciones que no estén en nuestras manos cambiar o corregir, pero seguramente habrá muchas otras que sí, tal vez si fuéramos mucho más coherentes con los que hacemos, pensamos y decimos, habría menos quejosos en el mundo.
Gaby Romo